Cómo distinguir una cosmética ecológica

Cómo distinguir una cosmética ecológica

Cómo distinguir la cosmética ecológica

Hoy en día, dado el momento de cambio global en el que nos encontramos inmersos, la concienciación entre la población aumenta en cuanto a la irremediable necesidad de cuidar más a nuestro planeta así como a nuestro cuerpo y mente. Por este motivo, muchas marcas de cosmética y en general de cualquier sector, están aprovechando este interés por lo natural destacando en sus reclamos publicitarios palabras como BIO, ECO o PURO cuando en realidad, sus compuestos contienen una parte ínfima de contenido natural.

Para comenzar, debemos aprender a distinguir qué hace diferente a la cosmética natural y ecológica de la cosmética química, sintética e industrial que encontramos habitualmente en el mercado. En primer lugar, la cosmética biológica, está formulada con ingredientes vegetales, en su mayoría procedentes de cultivos ecológicos libres de pesticidas, transgénicos o fertilizantes sintéticos. Esto hace que se respeten los recursos naturales y nos protege también frente a sustancias o aditivos que no tienen ningún efecto beneficioso para nuestro cuerpo, que no son afines a nuestra piel y que se acumulan en nuestro organismo pudiendo provocar efectos no deseados. Además está libre de colorantes, conservantes y perfumes sintéticos, no contiene aceites minerales derivados del petróleo como las parafinas y no son testados en animales.

Entonces, ¿cómo podemos como consumidores encontrar en nuestra tienda habitual un cosmético realmente ecológico? Muy sencillo. El listado de ingredientes que figura en la etiqueta del producto nos desvela la realidad de lo que nos llevamos a casa para ponernos en la piel. De saber descifrar esa lista repleta de latinajos y términos químicos, dependerá que nos den gato por libre o, para ser más exactos, distinguir si un cosmético es realmente lo que su etiqueta frontal intenta vender.

En el caso de los cosméticos y para garantizar los derechos de los consumidores a una información veraz acerca de lo que compra, la Comunidad Europea dictó en 1996 una decisión sobre nomenclatura de ingredientes en la cosmética que fija una serie de normas de obligada aplicación en las legislaciones nacionales con objeto de asegurar una información exacta de la naturaleza de los productos que se ofertan.

Se trata de la llamada Nomenclatura Internacional de Ingredientes Cosméticos (INCI) que obliga a la enumeración de todos los ingredientes existentes en los productos y constituye el único apartado que compromete a todos los fabricantes.

El listado de ingredientes que figura en la etiqueta del producto nos desvela la realidad de lo que nos llevamos a casa para ponernos en la piel. De saber descifrar esa lista repleta de latinajos y términos químicos, dependerá que nos den gato por libre o, para ser más exactos, distinguir si un cosmético es realmente lo que su etiqueta frontal intenta vender

En primer lugar, hay que distinguir entre la etiqueta frontal y la lista de ingredientes, que suele aparecer en la parte trasera del envase y en letra más bien pequeña. Lo que figura en el frente del artículo es una información de tipo publicitario que, en muchos casos, utiliza simples reclamos para atraer la atención del consumidor y llevarle a creer que un producto es de una determinada manera.

Así, es frecuente encontrar artículos cosméticos que en su etiquetado resaltan, con alarde tipográfico y llamativo diseño, frases del tipo: “Con aloe vera”, “Natural” o “Materias vegetales puras”, cuando la realidad revela que, de ingredientes naturales, quizás no lleven ni un dos por ciento y la práctica totalidad del producto sea de origen químico, sintético o industrial. Por ello, antes de comprar cualquier cosmético hay que consultar su lista de ingredientes y conocer reglas que, de forma fácil, nos ayudarán a entender sus secretos.

La primera observación a tener en cuenta es que el listado de ingredientes se ordena de forma decreciente, de manera que el producto que más cantidad lleva es el que figura en primer lugar y el que menos contiene es el que aparece al final del listado. De esta forma, por ejemplo, un producto que “vende” ser de aloe vera o karité deberá llevarlo escrito en la primera posición de la lista. La realidad, en la mayoría de los casos, es que el aloe aparece en décimo lugar o más atrás, lo que significa que el tanto por ciento que contiene es muy escaso.

Otra norma a seguir es distinguir la naturaleza de los ingredientes, que se formulan siempre en términos latinos o con nomenclatura química. En general, los de origen latino hacen referencia a materias primas vegetales (aloe barbadensis para el aloe vera; butyrospermum parkii butter para la manteca de karité; o simondsia chinensis oil, para el aceite de jojoba) aunque también aparecen en latín elementos químicos peligrosos como los aceites minerales, derivados del petróleo, como paraffinum, o petrolatum. Componentes que incluyen las sílabas chloro, bromo o iodo, nos indican de forma clara el origen químico del ingrediente, así como los emulgentes Pegs, el sodium laurel sulfate, los colorantes que llevan las sílabas anilin o anilid o los desinfectantes que incluyen en su denominación phenol o phenyl.

Un buen producto cosméstico no necesita nunca más de 30 ingredientes para su formulación. De ahí que debamos desconfiar de artículos con un listado interminable de componentes ya que muchos de ellos podrían ser neutralizadores de efectos adversos de otros ingredientes.

Sólo si en los primeros lugares del listado aparecen materias primas naturales, se justifica el uso de emulgentes ya que los agentes vegetales se mezclan con dificultad y necesitan de su ayuda para compactar.

Siguiendo sencillas reglas como éstas, sabremos realmente qué compramos y evitaremos pensar que estamos aplicando salud a nuestro cuerpo cuando en verdad utilizamos productos sintéticos, de alto contenido químico, cuyos ingredientes, en algunos casos, perjudican las funciones naturales de nuestro órgano más grande y sensible: la piel.

Por Tv Bio

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